El seminario La necesidad del arte hoy: ¿representar o
presentar?, organizado por la Academia de San Lucas en 2007, contó entre sus ponentes con el prolífico ensayista, poeta y crítico de arte británico (de origen jamaicano) Lucie-Smith. Aprovechando mi estancia en Roma, becada por la Academia de España, pregunté a este gran conocedor del arte de los siglos XIX y XX acerca de las llamativas contradicciones del sistema del arte actual.
Profesor Lucie-Smith, de su análisis se desprende que el carácter vanguardista que el arte actual se empeña en conservar no es tal. ¿Por qué?
Profesor Lucie-Smith, de su análisis se desprende que el carácter vanguardista que el arte actual se empeña en conservar no es tal. ¿Por qué?
Entre las falsedades más notables que alimentan
este mito comenzaría por notar la del tipo de público. Sigue teniendo el mismo
perfil que el que visitaba los Salones parisinos o las exposiciones universales
de la segunda mitad del siglo XIX, o sea, la
clase media acomodada, que posee el tiempo y el dinero para viajar. En cuanto a
los temas del arte, teñidos la mayoría de las veces de escándalo y de polémica
por estar referidos a la sexualidad o a la política, son básicamente los mismos
que antes de que fuese inventado el “arte moderno”. Los cuadros de Manet serían
un magnífico ejemplo. El escándalo es hábilmente manipulado por los
organizadores de exposiciones de arte contemporáneo para dar notoriedad a los
artistas, como ocurrió con Sensation! en la
Royal Academy de Londres en 1997, por no hablar del Turner Prize, que está
subiendo al podio a artistas cuando menos polémicos. Las esculturas de Jake y
Dino Chapman en Sensation!, que representaban
niños con un pene por nariz, inspiradas quizá por el actual pánico hacia la
pedofilia, no resultan tan innovadoras ni radicales desde un punto de vista
puramente artístico.
¿Y qué hay del compromiso, de las cuestiones sociales
y políticas?
Si se examina el componente engagé de las obras expuestas en la mayoría de los museos actuales de arte
contemporáneo, se llega a la conclusión de que los artistas presentes en los
Salones de Arte de la segunda mitad del siglo XIX mostraron de manera mucho más
clara dicho compromiso en numerosas obras que trataban la problemática de las
clases trabajadoras en la sociedad industrial emergente. Posteriormente, la
supuesta alianza entre movimientos artísticos experimentales y posturas
políticas revolucionarias tampoco encuentra fundamento: el Futurismo mantuvo
estrechos lazos con el fascismo de Mussolini, y el Surrealismo fracasó en su
intento de asociarse con el comunismo. Al menos, durante los primeros años del
Movimiento Moderno, se aprecia una neta división entre arte “oficial” y “no
oficial”, sostenido éste último por sponsors
privados o marchantes visionarios y que hoy ya no existe.
Así pues, usted constata una asimilación del
pensamiento radical vehiculado por las artes visuales por parte de la
burocracia y del dinero.
El hecho de que sean las instituciones públicas las que hoy
financien la mayor parte del arte es un factor que ha contribuido a ello. Por
otro lado, también ha conducido a una creciente necesidad de mostrarlo
“popular” y de ofrecerlo al público
despojado de su aura mítica en tanto que creación estrictamente
individual sujeta a un proceso intelectual y espiritual. En relación con esto,
las posturas “duchampianas” siguen teniendo un enorme impacto en el arte
contemporáneo, pero si en 1917 podía tener sentido llamar obra de arte a un
urinario, como ha dejado claro en este mismo seminario Alberto Boatto, a día de
hoy ¿por qué deberían entrar en esta categoría las re-presentaciones de Damian
Hirst, que se limita a agrandar un juguete infantil actualmente en comercio, o
de Glenn Brown, que se apropia de la cubierta de una novela de ciencia-ficción
de 1973? ¿Por qué éstos siguen siendo artistas y los diseñadores industriales o
gráficos respectivos no han sido merecedores de tal consideración? Habrá que
concluir que estas obras son superiores porque los individuos que las han
realizado son vistos en cierto modo como taumaturgos, cuya fuerza y capacidad
expresiva no queda más remedio que admitir como artículo de fe.
Este otro extremo resulta igualmente poco
novedoso…
Trasladar el valor del objeto, del producto artístico, a su
creador (que a veces ni siquiera es responsable de la ejecución material de la
obra), no es muy distinto a la consideración de las reliquias en el Medievo.
¿Por qué eran valiosas, sino por su proximidad o pertenencia a un personaje
divino? Joseph Beuys es un caso paradigmático: la mayor parte de los objetos y
utensilios asociados a sus instalaciones no tenían la más mínima pretensión de
ser considerados como obras de arte y, sin embargo, hasta las pizarras y tizas
utilizadas en sus conferencias son celosamente conservadas.
Un ejemplo más de cómo el arte de nuestro
tiempo se ha convertido en objeto de una salvaje especulación financiera,
adquirido como inversión y no para su disfrute estético.
Sí, de modo parecido a lo que ocurrió con la fiebre del
tulipán en la Holanda de principios del siglo XVII. El arte conceptual, como ya
he dicho, se presta más que ninguno a dicha especulación, ya que las casas de
subastas venden los derechos de autor y no la ejecución de la obra, que no
necesariamente debe correr a cargo del artista en persona.
Temo que su balance del arte actual sea
negativo…
No, pero la supuesta vanguardia sostenida por el Estado no es
tal. De hecho la considero una suerte de Iglesia, la encarnación física y el
caparazón de un sistema fideístico ostentosamente defendido pero
sustancialmente irracional. Bajo este aspecto, al menos, difiere del sistema
que funcionaba en el siglo XIX, que era mucho más racional aunque de escasa
imaginación y, en ocasiones, represivo. Los museos de arte contemporáneo y los
eventos del tipo de la Bienal de Venecia o la Documenta de Cassel se han
convertido en refugio de toscos conceptos metafísicos que resultan
extremadamente vulnerables a un examen atento. La historia parece enseñarnos
que cuanto más se oficializa y “sacraliza” un sistema, más pronto corre el
riesgo de corromperse intelectual y económicamente.
Publicado en A*Desk. Critical Thinking,
Barcelona, agosto 2013
No hay comentarios:
Publicar un comentario