lunes, 15 de abril de 2013

Arte y espacio público: nuevas perspectivas (II)

Leyendo a algunos teóricos del arte actuales uno tiene la impresión de que las prácticas artísticas tienen el descomunal empeño de atrapar una realidad que se nos escurre entre los dedos ¿Por qué, parafraseando a Martì Peran, ese impaciente deseo de realidad que hoy padece la cultura contemporánea? Será porque todo incita a la pasividad. De ahí que artistas como Suzanne Lacy se autoproclamen ciudadanos-activistas, y se defienda la creación contextualizada (Paul Ardenne), referida a una realidad: local, nacional, mundial, pero concreta. El arte desbocado del postmodernismo vuelve, sí, al redil de la realidad.

¿Qué decir del papel del crítico? Lacy aboga por que debe tomar partido cuando habla de la obra que tiene una intención de significado social. De nuevo el activismo de fondo, la acción política, en el sentido griego. Pero ¿es que ya no hay perspectiva histórica que valga para juzgar críticamente el valor artístico de una obra, de una práctica, de una creación —y no digo su acomodo a determinados cánones estéticos convencionales—, salvo la de su supuesta “eficacia”, alcance o trascendencia social? Por no hablar de la cuantificación de su eco mediático, siempre en el contexto presente,  aquí y ahora. Del curador o comisario, asimismo, dice Peran que “es, muy a menudo, el mero asistente del verdadero mediador del lugar”, o sea, del artista. Este afán debelador de lo anterior, exacerbado en los manifiestos de las vanguardias, no es nuevo en la historia del arte, como tampoco el hecho de buscar nuevos cauces para la expresión, nuevos espacios de interlocución y hasta nuevos mercados. ¿Y después del fin del arte, qué? no es más que una pregunta retórica y la intuición de Arthur C. Danto al respecto queda desmentida. Convengo con Lacy en que este arte público de nuevo cuño, con todas sus contradicciones, tiene, en todo caso, la vitalidad y la validez de lo simbólico.     

martes, 9 de abril de 2013

Warhol All-Stars debuta en Milán

El Museo del Novecento, palacio del Arengario, acoge del 4 de abril al 8 de septiembre de este año la muestra Polvo de estrellas de Andy Warhol, que incluye 95 estampas del artista icono del Pop Art procedentes de la colección Bank of America Merrill Lynch, principal patrocinador del museo milanés.

Glamour a manos llenas, comenzando por el título ideado por la comisaria Laura Calvi: un guiño a Ziggy Stardust, ese Bowie extraterrestre cuya entrevista para Interview (fundada por Warhol en 1969) cuelga del pasillo-sala de exposiciones temporales. Pasillo salpicado de cartelas fosforescentes con estética de supermarket, un espacio donde Warhol se sentía tan a gusto.

Ilustración: JJ Beeme

Stardust también, el polvo de diamantes que mezclaba a las tintas serigráficas con que lo mismo estampaba Grapes o Space Fruits que el rostro de Marilyn; metáfora feliz de su “capacidad para crear iconos relucientes e inmortales”, en palabras de la directora Marina Pugliese. Junto a intelectuales judíos o estrellas del celuloide, no falta su personal galería de mitos. Para Papá Noel, Howdy Doody o el Tío Sam, hizo incluso un cuidadoso cásting en busca de la esencia del personaje, cual teórico barroco del bello ideale pasado por el filtro technicolor de los mass media. Las cuatro serigrafías de Muhammad Alì ponen un sutil acento en el racismo estadounidense de la época —en frente, la imagen de Birmingham race riot (Death in America, 1964)—, aunque se advierte al visitante de que estas obras no tenían pretensión de denuncia social. No está tan claro que la reproducción seriada de las sopas Campbell, que abre el recorrido, carezca de intención política, como ya señaló el profeta del fin del arte, Arthur C. Danto. Hijo de inmigrantes eslovacos, Warhol elogiaba a América porque “ha emprendido un camino en el que los consumidores más ricos adquieren sustancialmente las mismas cosas que los más pobres”, desde la coca-cola a los kellogs. Si para el chico de los suburbios de Pittsburg la democratización del gusto pasaba por el paladar, el cóctel exclusivo y esnob de la inauguración lo desmintió. La tarta que confeccionó un laboratorio milanés de cake design, decorada con motivos de Flowers (1964), presentes también en la exposición, debió de hacer las delicias de la plana mayor de Vogue Italia que allí se dio cita. Ironías del destino, la modelo Edie Sedgwick, musa de Warhol, fue repudiada por esa misma revista, decana de la moda y el lifestyle, debido a su afición a las drogas.

Cierra el recorrido el retrato que Robert Mappelthorpe hizo a Warhol poco antes de fallecer, a los 58 años. Si los colores restallantes de su obra serigráfica “inmortalizaban” en su plenitud a las celebrities de los 60-70, la emulsión de gelatina y sales de plata se revela su mejor cómplice en su lucha contra el tiempo o, al menos, así reza la cita que campea sobre la foto: “Decidí volverme gris; así nadie sabría mi edad y parecería más joven de lo que la gente creía”. Justo lo contrario de un glam-consejo de Vogue.