El Museo del Novecento, palacio
del Arengario, acoge del 4 de abril al 8 de septiembre de este año la muestra Polvo
de estrellas de Andy Warhol, que incluye 95
estampas del artista icono del Pop Art procedentes de la colección Bank of
America Merrill Lynch, principal patrocinador del museo milanés.
Glamour a manos llenas,
comenzando por el título ideado por la comisaria Laura Calvi: un guiño a Ziggy
Stardust, ese Bowie extraterrestre cuya entrevista para Interview (fundada por Warhol en 1969) cuelga del pasillo-sala
de exposiciones temporales. Pasillo salpicado de cartelas fosforescentes con
estética de supermarket, un
espacio donde Warhol se sentía tan a gusto.
Ilustración: JJ Beeme
Stardust también, el polvo de diamantes que mezclaba a las
tintas serigráficas con que lo mismo estampaba Grapes o Space Fruits que el rostro de Marilyn; metáfora feliz de su “capacidad para crear
iconos relucientes e inmortales”, en palabras de la directora Marina Pugliese.
Junto a intelectuales judíos o estrellas del celuloide, no falta su personal
galería de mitos. Para Papá Noel, Howdy Doody o el Tío Sam, hizo incluso un
cuidadoso cásting en busca de la esencia del personaje, cual teórico barroco
del bello ideale pasado por el
filtro technicolor de los mass media. Las cuatro serigrafías de Muhammad Alì
ponen un sutil acento en el racismo estadounidense de la época —en frente, la
imagen de Birmingham race riot (Death
in America, 1964)—, aunque se advierte al
visitante de que estas obras no tenían pretensión de denuncia social. No está
tan claro que la reproducción seriada de las sopas Campbell, que abre el
recorrido, carezca de intención política, como ya señaló el profeta del fin del
arte, Arthur C. Danto. Hijo de inmigrantes eslovacos, Warhol elogiaba a América
porque “ha emprendido un camino en el que los consumidores más ricos adquieren
sustancialmente las mismas cosas que los más pobres”, desde la coca-cola a los
kellogs. Si para el chico de los suburbios de Pittsburg la democratización del
gusto pasaba por el paladar, el cóctel exclusivo y esnob de la inauguración lo
desmintió. La tarta que confeccionó un laboratorio milanés de cake
design, decorada con motivos de Flowers
(1964), presentes también en la exposición, debió de hacer
las delicias de la plana mayor de Vogue Italia que allí se dio cita. Ironías del destino, la modelo Edie Sedgwick, musa de
Warhol, fue repudiada por esa misma revista, decana de la moda y el lifestyle, debido a su afición a las drogas.
Cierra el recorrido el retrato
que Robert Mappelthorpe hizo a Warhol poco antes de fallecer, a los 58 años. Si
los colores restallantes de su obra serigráfica “inmortalizaban” en su plenitud
a las celebrities de los 60-70, la
emulsión de gelatina y sales de plata se revela su mejor cómplice en su lucha
contra el tiempo o, al menos, así reza la cita que campea sobre la foto:
“Decidí volverme gris; así nadie sabría mi edad y parecería más joven de lo que
la gente creía”. Justo lo contrario de un glam-consejo de Vogue.
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