Borrón, para Goya y sus contemporáneos, era la
primera idea de la obra plasmada en papel, mientras que "los bocetos son
toda la obra", frase que el pintor aragonés escribió en el memorial para la Junta de Fábrica del Pilar de Zaragoza (17 de marzo de
1781),
donde hace una defensa de la independencia del artista y, sobre todo,
del
proceso creativo que conduce de la idea a su ejecución. Un
ejemplo elocuente de la diferencia entre ambos momentos sería la elaboración del Aníbal (1771): el Cuaderno italiano contiene
un borrón a la sanguina, apenas un atisbo compositivo, y en el camino
hacia el cuadro tenemos hasta dos bocetos al óleo, uno más trabajado que
otro, pero ambos con un detallado estudio de luces y color.
En su correspondencia privada menudea, en cambio, el término "borrón", usado con falsa modestia para referirse, en realidad, al boceto. Del contexto de dichas cartas se colige cuánto los estimaba, pues los regalaba con cuentagotas. No los daba de buena gana sino a su amigo del alma, Martín Zapater. Otros había a quienes no podía negarlos, potenciales valedores que le ponían entre la espada y la pared, como confesaba en una misiva de diciembre de 1778: "Sabatini se me echó sobre unos guapos borrones que tenia, y ya los abía destinado y no hibas mal librado..." Esa vez se trataba de su jefe en la Real Fábrica de Tapices, ingeniero siciliano que había llegado a Maestro Mayor de las Obras Reales de Carlos III. Acababa de proyectar y construir nada menos que la madrileña Puerta de Alcalá.
Iba ya para un año que esperaba "borrones" de Goya. Tampoco en una ocasión anterior los obtuvo, por haberlos comprometido éste con el escultor Carlos Salas y el comerciante Juan Martín Goicoechea, que querían mostrarlos a los canónigos del Pilar para facilitarle un encargo de importancia: pintar la cúpula de la Regina Martyrum. Paciencia, Zapater.
De la introducción a Manrique, Malena,
Goya versus Aníbal. Apuntes entre Roma y Parma,
Fundación del Garabato, Angera, 2013.
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