En 2015 podremos ver de nuevo Los
pechos de la Verdad. No; no ha resucitado
esa hermosa muerta de los Desastres de la guerra, por si alguien se lo había preguntado. Se
trata de una nueva edición de la muestra ideada en 1978 por el curador Harald
Szeemann (fallecido en 2005), con la que se
reabrirá el museo de Casa Anatta en Monte Verità (Ascona, Suiza). El catálogo, editado por Electa y abundantemente
ilustrado con fotografías y documentos de época, era bastante anómalo, empezando
por el título: Monte Verità. Antropología local como contribución al
redescubrimiento de una topografía sacral moderna. Denso de contenidos y profundo en sus artículos, se estructuraba en
cuatro secciones, “ubres” de las que se nutrieron intelectuales, reformadores y
visionarios, huéspedes todos en la colina asconesa: anarquismo, Lebensreform, revolución sexual y liberación de la mujer, arte y
literatura. En sus márgenes, 600 fichas con otras tantas biografías de quienes,
en algún momento de sus vidas, aportaron su granito de arena a la utopía que el
primer curador independiente de arte contemporáneo quiso validar con esta
exposición. Exposición con un protagonista colectivo, el reformador, que a
veces adopta el decoroso atuendo del artista. O no: los monteveritanos de
comienzos del siglo pasado danzaban desnudos al sol. Hoy que hablamos de
“artivismo” y sus practicantes trabajan con realidades concretas, ¡qué lejos
quedan las utopías y la dimensión poética de su fracaso, tan atractiva para
Szeemann! Pero ¿no había dicho el autor de Goethe als Vater der neuen
Aesthetik, Rudolf Steiner, que “los
artistas deben llevar el reino divino a la tierra”?
¿Qué sentido tendría recuperar
este trabajo de Szeemann, reverenciado unánimente en el artworld por When attitudes become form (1969)? Lo tiene, desde luego, para la Fundación
Monte Verità, constituida por el
cantón Tesino y el Politécnico de Zúrich, organizador de congresos científicos
de altísimo nivel en su histórico hotel Bauhaus, que ha puesto en marcha un
proyecto de relanzamiento millonario, “Monte Visione”, con el que pretenden
reconquistar su antigua categoría de fórum cultural. Parte importante,
precisamente, son las acciones conservativas necesarias para reconstruir la
exposición del 78 y para hacer consultable la parte correspondiente del archivo Szeemann (el resto se custodia en el Getty Research Institute de Los
Ángeles).
El riquísimo material recogido
por Szeemann durante cuatro años será tratado en el nuevo museo como una instalación
artística, respetando, asegura el historiador Andreas Schwab, “la intención
original del comisario”, así como su carácter primigenio de travelling show por varias capitales europeas, de Berlín a Viena.
Como complemento, los edificios de Casa
Selma (ya recuperada y sede de un audiovisual), de los Rusos y el Elisarion,
albergarán una exposición contextualizadora, en un estilo muy diferente al
usado por el curador bernés, con pocos objetos originales y mayor énfasis en lo
multimedial.
Acaba de caer en mis manos una
publicación del colectivo romano Doppiozero (doppiozero.com) sobre
Szeemann, que analiza algunos aspectos de su práctica curatorial (Pietro
Rigolo, Sumergirse en el lugar elegido. Harald Szeemann en Locarno,
1978-2000). Por ahora, quisiera hacerme eco
de dos de ellos. Primero, su rechazo de la profesionalización: donde hay mucho
trabajo de gestión, burocrático, hay
poco tiempo para el estudio y la investigación. En la siguiente entrega hablaré
de las “obsesiones” de Szeemann —la utopía es sólo una de ellas—, y de su
materialización en exposiciones work-in-progress. Carácter que sin duda determinaba la mente errática
de su comisario (llamémoslo así). Incapaz de renunciar a quedarse sin
respuestas, no dejaba de hacerse preguntas. Las exposiciones no eran más que la
punta del iceberg de su estudio-archivo en Tegna, cerca de Ascona. Sin esta actitud, sin este bagaje, no hay curador independiente
que valga, por mucho que se autoproclame en una web.
Segundo: ante la imposibilidad de trabajar programando exposiciones para
instituciones (se ve que este traje le quedaba estrecho, sobre todo después del
revuelo que se armó con When attitudes...), decidió
operar bajo el nombre de “Agencia para el trabajo espiritual en el extranjero”
(Agentur für geistige Gastarbeit / Agenzia per il lavoro spirituale all’estero). La ocurrencia, dejando a un lado sus implicaciones
políticas, no era tal. Artistas de Fluxus y sus correligionarios ya jugaban a
inventarse instituciones. El propio Beuys, con su “Organización para la
democracia directa a través del referendum” (1971), mantuvo una oficina abierta
al público durante Documenta 5, y él al frente para explicar el proyecto.
Me consuela saber que la Fundación del Garabato tiene ilustres precedentes entre estos “pensadores
salvajes”. Como decía Szeemann:
«Para mí no hay separación entre
vida privada y trabajo; por tanto, si debo pensar en el encuentro que más me ha
marcado, diría que ha sido conmigo mismo. Hay un imperceptible equilibrio que
hay que encontrar dentro de sí, que te vuelve solitario pero a la vez un poco
exhibicionista. Así, me han definido Pensador Salvaje, enfermo de acribia, a
causa de mi particular sentido del orden. Cada exposición mía es también un
espejo en el que me retrato. Tras cada proyecto culminado he intentado siempre
liberarme del poder que me otorgaba. Antes de dedicarme al estudio preliminar
de un proyecto necesito de una cierta atmósfera enteramente mía y, sólo cuando
siento que tengo la exposición en la cabeza, escribo la primera carta en busca
de financiación. Pero el tiempo que precede a todo esto me es muy necesario.
¿En qué lo empleo? Voy por ahí, leo los periódicos en la cafetería, paso quizá
un día entero poniendo orden en aquello que hice en el pasado. En fin, que cada
vez que me pongo manos a la obra, siento que tengo que hacer algún
descubrimiento» (cit. por Lucrezia De Domizio Durini, Harald Szeemann. Il
pensatore selvaggio, Silvana Editoriale,
Milán, 2006).
Si a este comisario-rockstar (!)
le hubieran preguntado en qué consistía aquella intrigante Agentur, simplemente habría respondido: “C’est moi”.
Pensamiento salvaje contra el civilizadísimo patronaje de los curadores hodiernos: jueguecitos inanes, cansino déjà-vu, irrisoria provocación, sonrojante pesebrismo, rebatiña de migajas para apuntalar el mismo, eterno cuento.
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