En respuesta a un encargo del Consejo de Europa, y con el sostén de la Comisión Europea, la comisaria Monika Flacke (Museo de Historia Alemana, Berlín) concibe la exposición con una estructura circular partiendo de conceptos universales como razón y utopía, alumbrados por la Revolución francesa, y llegando al planteamiento de interrogantes sobre nuestro estilo de vida y sus límites, cuyo deseo de superación engendra a su vez los grandes ideales. Desire for Freedom (Arte en Europa después de 1945) mezcla, por consiguiente, obras de arte de distintas cronologías y nacionalidades europeas.
La totalidad del montaje expositivo en el milanés Palazzo Reale está al servicio de la tesis de Flacke, quien dice haber disfrutado de una colaboración entusiasta por parte de los artistas, en muchos casos mediante cesión gratuita de sus obras, así como prestando su voz, en la audioguía, para dar un sentido a las mismas. No es casual que abra el recorrido la instalación de Christo, cuyos bidones de petróleo empaquetados son referencia inequívoca a un contexto de crisis, hoy acuciante, y que, según la comisaria, se puede afrontar mejor si existe un espacio para el debate. Como el que representa el centenar de obras seleccionadas: grito de protesta o reescritura de la memoria histórica, subrayan la capacidad del arte no tanto para resolver problemas como para desvelarlos. Buen ejemplo de ello es la Kollektivschuld en la Alemania de posguerra, conjurada por las fotografías de Anselm Kiefer (Occupation, 1969) que repropone desoladamente el saludo hitleriano, no menos descontextualizado que la vitrina de colillas de Damien Hirst (Dead End Jobs, 1993) colocada al lado. Todo es posible en el “Viaje al País de las Maravillas”, título de esta sección, aunque no carece de riesgos establecer rimas visuales entre esa colección de exfumadores (o lo que queda de ellos) y la galería de retratos desenfocados de la orla de un liceo judío vienés, de Boltanski (The Chases Gymnasium in 1931, 1987). Hay más voces que desentonan en el coro, y uno se pregunta cómo Bed (Composition) (Not shot at), de Niki de Saint Phalle, puede dialogar con uno de los “conceptos espaciales” de Lucio Fontana, o la foto de los centros de interrogatorio de la Stasi con una escultura de Tinguely que funde chatarra de Hiroshima. A no ser que el despojo de una pequeña bicicleta tras el desastre atómico y el universo infantil reprimido por un padre autoritario, en el caso de Saint Phalle, puedan conectarse más allá de los lazos conyugales entre ambos artistas.
El auténtico nodo de la exposición, “La libertad asediada” (sección 6ª), está mayoritariamente ilustrado por artistas de la antigua República Democrática Alemana y de otros países del Este. Entre ellos, el dúo KweiKulik (Monument without a Passport in the Salons of Visual Arts, 1978), cuya performance testimoniada por diapositivas y una bella foto de la artista a guisa de estatua de la libertad, los pies inmovilizados por un bloque de resina, es ejemplo de lo que podría haber sido un filón expositivo per se. El que beuysianamente se había anunciado en la sección 2ª (“La revolución somos nosotros”) para ilustrar la “crisis de la crítica” en los regímenes socialistas, con dos obras distantes algunos años: American Interior, ominosa guerrilla del islandés Erró (1969), y el collage de postales de vida idílica bajo el régimen socialista, obra de Ilya Kabakov (Love, 1983), exhibidas en pendant.
Más accesorias y menos integradas en el discurso general, pero de seguro impacto en nuestro tiempo, las secciones “Cien años”, que toca amenazas medioambientales, o “99.cent” con su lectura crítica del consumismo, en las que no faltan apuntes feministas o la problemática de la vivienda, pero que aquejan a esta ambiciosa muestra de excesiva dispersión.
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